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miércoles, 21 de abril de 2010

CAPÍTULO 15: EL EMPIRISMO DE HUME

Esta obra está protegida por derechos de autor ISBN 987-9248-58-9


EL EMPIRISMO DE DAVID HUME

1. Introducción. Vida y obras

David Hume nació en Edimburgo (Escocia) en 1711 y murió en la misma ciudad en 1776, siendo un típico representante de la Ilustración británica, y en ese sentido, mentor de un pensamiento profundamente antidogmático. Como heredero de la tradición institucional británica, que puso límites a la monar­quía absoluta a partir de la Revolución Gloriosa de 1688, Hume fue un decidido defensor de la forma de vida liberal, pero a diferencia de Hobbes o de Locke, no vivió el período confuso y tumultuoso de la guerra civil o de la Revolución Inglesa, sino la apacible y «civilizada» convivencia posibilitada por un siglo de «normalidad institucional». La posición de Hume es conservadora desde el punto de vista de la defensa de las instituciones políticas británicas y es liberal desde el punto de vista de su oposición a la monarquía absoluta, al catolicismo (aliado del absolutismo), y al racionalismo dogmático. Como parti­dario del iluminismo, estableció relaciones con otros ilustrados del continente europeo, e incluso recibió en su casa a Rousseau cuando fue exiliado de varios países del continente.

Si bien sus preocupaciones giran alrededor el problema moral, lo que hoy llamaríamos ciencias humanas o ciencias de la cultura, nosotros sólo vamos presentar algunos aspectos de su tesis acerca del conocimiento científico y su fundamentación.

2. Planteamiento del problema: fundamento, límites, método y función del conocimiento científico

El dualismo metafísico cartesiano; es decir, la división de todo lo real en dos substancias (la substancia pensante y la substancia extensa), tiene como correlato antropológico la división de la naturaleza humana en alma y cuerpo. Pero, una vez planteada la escisión, ¿cómo es posible reunir los términos independientes? La solución cartesiana se centra en las ideas innatas y en la prueba de la existencia de Dios, que garantiza con su bondad la verdad del conocimiento de lo real. A partir de la evidencia primera del “pienso, existo” se levantaba deductivamente todo el edificio del saber. El resul­ta­do era una ciencia, cuyas proposiciones aspiraban a ser todas igualmente verdaderas y eviden­tes, «universales» y «necesarias»[1].

Frente a esto, Hume se pregunta ¿es posible tal evidencia en la ciencia moral? ¿Son posibles los juicios universales y necesarios respecto de las acciones humanas? Planteado en términos gnoseológicos: ¿cuál es la validez real de las ideas? ¿cuál es el origen de las ideas?

“Por mi parte -dice en el Tratado-, lo único que espero es contribuir un poco al avance del conocimiento, dando en algunos puntos un giro diferente a las especulaciones de los filósofos, y señalándoles con mayor precisión aque­llos únicos asuntos en los que pueden esperar conseguir seguridad y convicción. La naturaleza humana es la única ciencia del hombre; y sin embargo, ha sido hasta ahora la más olvidada”[2]. La ciencia no puede pretender conocer lo que escapa a sus capacidades, como quieren los filósofos especulativos (es decir, los racionalistas o metafí­sicos). Las primeras causas o principios no son accesibles al entendimiento finito de los hombres. Las ciencias parten y se fundamentan en el sujeto, en la naturaleza humana; cuyo conocimiento es central para el desarro­llo del saber.

“Es evidente que todas las ciencias se relacionan en mayor o menor medida con la naturaleza humana, y que aunque algunas parezcan desenvolverse a gran distancia de ésta, regresan finalmente a ella por una u otra vía. Incluso las matemáticas, la filosofía natural y la religión natural dependen de algún modo de la ciencia del hombre, pues están bajo la comprensión de los hombres y son juzgadas según las capacidades y facultades de éstos. Es imposible predecir qué cambios y progresos podríamos hacer en las ciencias si conociéramos por entero la extensión y fuerzas del entendimiento humano, y si pudiéramos explicar la naturaleza de las ideas que empleamos, así como la de las operaciones que realizamos al argumentar”[3]. Es claro que en tanto es el hombre el que conoce, en tanto es el sujeto del conocimiento, y en tanto que el entendimiento inter­viene en todo saber, es preciso comprender hasta dónde sea posible, la natura­leza, las capacidades y los límites del entendimiento, si queremos extender y profundizar cualquier campo científico. Cada vez más, conocer los objetos es conocer el sujeto que conoce los objetos. Hume no abandona los supuestos modernos de la filosofía del sujeto, sino que da un paso más y anuncia a Kant.

3. El método científico

John Locke (1632-1704) había puesto la piedra angular del “empirismo”, al establecer que todas las ideas de la mente (incluidos los conceptos científi­cos) se derivan de la experiencia, tienen un único origen en nuestra sensibili­dad. La experiencia es fuente y origen último de nuestro saber. Pero es la moral la verdadera raíz de la problemática de las ciencias. Es en este sentido, que Locke se presenta como un precursor en la defensa del sistema político y en la aplicación del método empírico de conocimiento cientí­fico de la sociedad. Es en la continuidad de la postura política de Locke, que el pensamiento de Hume mantiene una posición extremadamente crítica respecto de todos los dogmas del racionalismo, que en el plano social, políti­co, religioso y cultural identifica con el absolutismo despótico, la «supersti­ción» católica y el fanatismo en general.

La afirmación de la libertad de pensamiento se traduce en la lucha contra el dogmatismo, y el conjunto de su filosofía pudo caracterizarse como “el estable­cimiento de un escepticismo moderado y mitigado” -para diferenciarlo de aquella otra interpretación, que lo considera un escéptico radical y contradic­torio[4]- o como un «agnosticismo positivo», “que acabase de una vez con el fana­tismo y la superstición religiosa”[5]. El escepticismo de Hume como la duda cartesiana, es un medio, un instrumento para obtener otra cosa, y no un fin o resultado último al que se arriba. Para Descartes, la duda era el método para encontrar una verdad segura y firme; para Hume, el escepticismo es el medio para destruir el dogmatismo de la razón y posibilitar la creencia y la moral[6]. A diferencia de la duda cartesiana, el escepticismo de Hume intenta poner límites a la razón misma; o dicho más precisamente, a los supuestos racionales que el racionalismo no había puesto en duda. El filósofo escocés vuelve a la razón contra sí misma, a fin de atacar todo dogmatismo, en tanto expresión teórica y académica del absolutismo, que utiliza “la razón como medio de opresión y de dominio”[7]. Es por eso que Hume prefiere la inseguridad de lo probable y provisorio a las certezas absolutas, que siempre están vincu­ladas a la falta de libertad y a la intolerancia. Y es también por eso, que “los progresos de la razón y la filosofía sólo pueden deberse a “la tierra de la tolerancia y de la libertad” (Gran Bretaña), como afirma en la introducción al Tratado[8].

Su método está basado en la observación y la experiencia para llegar por inducción a las leyes generales de la naturaleza humana, como el de Newton había encontrado las leyes generales de la naturaleza física en el movimiento de los cuerpos. La filosofía de la naturaleza de Newton, es el modelo científi­co que Hume pretende extender al ámbito de la moral. “La filosofía moral se encuentra en la misma condición que estaba la natural en la astronomía anterior a Copérnico”[9].Ya el subtítulo del Tratado nos lo indica: “Intento de introducción del método experimental de razonamiento en los asuntos morales”. Félix Duque encuentra expresado en él el deseo de Hume de ser considerado “el Newton de las ciencias morales”.

“Y como la ciencia del hombre es la única fundamentación sólida de todas las demás [ciencias], es claro que la única fundamentación sólida que podemos dar a esa misma ciencia deberá estar en la experiencia y la observación. [...] Y aunque debamos esforzarnos por hacer nuestros principios tan genera­les como sea posible, planificando nuestros experimentos hasta el último extremo y expli­can­do todos los efectos a partir del menor número de causas -y de las más simples- es con todo cierto que no podemos ir más allá de la expe­riencia; toda hipóte­sis que pretenda descubrir las últimas cualidades origina­rias de la naturaleza humana deberá rechazarse desde el principio como presun­tuosa y quimérica”[10]. La Metafísica, la ciencia de las primeras causas y de los principios es, por tanto, inacce­sible al entendimiento humano.

El fundamento nuevo de todas las ciencias hay que buscarlo en la ciencia del hombre, la que a su vez debe desarrollarse con un método empírico. Pero Hume no pretende encontrar una base «evidente», «cierta», «innegable», como pretendía el cartesianismo sino que se limita al esfuerzo de “hacer nuestros principios tan generales como sea posible”[11]. E inmediatamente, condiciona los alcances del trabajo científico a lo que está dentro de los límites de la experiencia, cuya frontera no puede ser franqueada por el saber riguroso. Ninguna ciencia ni arte pueden ir más allá de la experiencia ni establecer principios que no estén fundados en ella.. “Cuan­do vemos que hemos llegado al límite extremo de la razón humana nos detenemos satisfechos, aunque por lo general estemos perfectamente convencidos de nuestra ignorancia y nos demos cuenta de que nos es imposible dar razón de nuestros principios más universales y refinados, más allá de la mera experiencia de su realidad”[12]. Hume advierte claramente los límites de la razón, su fini­tud, su fla­que­za o pobreza, y se atiene a ellos tenazmente. Es en este sentido, que “la razón es, y sólo debe ser, esclava de las pasiones, y no puede preten­der otro oficio que el de servirlas y obedecerlas”[13]. Ya hemos adelantado al respecto, que se trata de un método que parte de la observación y la experiencia, a la que considera el fundamento de las ciencias y que se vale del escepticismo moderado para destruir los prejuicios dogmáticos del racionalismo.

Nos preguntamos entonces, ¿cuál es el origen de las ideas?; ¿cómo ha llegado la razón a convertirse en (o a pretender ser) lo determinante, lo dominante?; ¿cómo han surgido aquellas ideas universales y necesarias, innatas o a priori[14]? Por lo pronto ya sabemos, que el conocimiento de los princi­pios y las causas se hará mediante un método inductivo; es decir, la reunión de datos empíricos en generalidades tanto “como sea posible”. Mientras el raciona­lismo partía de un principio firmemente establecido, evidente, claro y distin­to, y de él de-ducía racionalmente (es decir, sin contradicción) todo el sistema del saber; el empirismo de Hume parte de la experiencia y la observa­ción cotidia­nas, para in-ducir principios tan generales como sea posi­ble. Todo conocimien­to, en consecuencia, no sólo comienza con la experiencia, sino que se deriva de ella. Hume continúa así el presupuesto de Locke, inten­tando derivar nuestro conocimiento de las impresiones, de los datos más inme­diatos de la experiencia.

4. Análisis del entendimiento: el origen de las ideas o el empi­rismo gnoseo­lógico

¿Cuáles son los elementos simples, cuya combinación permite desarrollar toda la complejidad del entendimiento humano?, ¿cuáles son los «datos» inmedia­tos a los que se refiere la conciencia o la mente? Ellos son las percepciones, en sentido amplio. Las percepciones son los contenidos de la mente o concien­cia: “todo lo que puede estar presente en el espíritu”. Son no sólo las percep­ciones en sentido estricto sino también las sensaciones, los sentimientos, los deseos, las pasiones e incluso las ideas.

4.a. Las percepciones: impresiones e ideas

Hume llama impresiones a “nuestras percepciones más intensas: cuando oímos, o vemos, o sentimos o amamos, u odiamos, o deseamos, o queremos”[15]. Las impresiones se caracterizan por su fuerza y vivacidad. Son afecciones produci­das en los sentidos por causas externas a la conciencia. No podemos estar ciertos de que las sensaciones provengan de objetos externos a los sentidos. “Ni siquiera podríamos atribuir a estos objetos (manifiestos a los sentidos) ninguna otra existencia sino aquella que depende de los sentidos”[16]. Sólo podemos estar seguros de la sensación misma (la impresión sensi­ble), pero no podemos tener certeza del “mundo externo”, de las cosas en sí mismas. Las impresiones son “claras y precisas”; es decir, que tienen las notas esenciales de la evidencia cartesiana. Las impresiones son siempre ac­tuales, presentes, y por tanto su número es limitado puesto que la capacidad de percibir lo es.

Llama ideas o pensamientos a las percepciones “menos fuertes o intensas”. Las ideas son «copias» de las impresiones, son imágenes atenua­das, representaciones o reproducciones. De modo que hay una «correspon­dencia» entre los datos inmediatos de la experiencia llamados «impre­siones» y las copias o imágenes atenuadas de ellos llamados «ideas».

¿En qué se diferencia el original (impresión) de la copia (idea)? En «fuerza y vivacidad» con la que se presentan. “Todos los colores de la poesía, por muy espléndidos que sean –dice Hume-, no pueden pintar objetos naturales de forma que la descripción se confunda con un paisaje real. Incluso el pensamiento más intenso es inferior a la sensación más débil”[17]. Hay, por lo tanto, sólo una diferencia de grado y no de naturaleza.

4.b. Clasificación de las impresiones: impresiones de la sensación e impresiones de la refle­xión

Las impresiones se dividen en dos clases: 1) externas o de la sensa­ción, y 2) internas o de la reflexión. Las dos son impresiones sensibles y tienen todas las características propias de las impresiones. Las de la primera clase (1) “surgen en el alma por causas desconocidas”[18] dependiendo de “causas físicas y natura­les”. Son las afecciones a los distintos sentidos: la visión del color, el gusto del sabor, el oído del sonido, etc., como los dolores y place­res del cuerpo. Las impresiones de la segunda clase (2) son “las que proceden de alguna impresión origi­nal, sea directamente o por interposición de su idea”[19]. Estas impresiones «por lo general» surgen de las ideas, cuando éstas inciden en el alma producien­do nuevas impresiones sensibles no-originales, sino derivadas, reflejas. Se trata de lo que Hume llama pasiones, en las que incluye tanto a las emociones y lo afectivo como a los deseos y a las pasiones en sentido estricto. Hume ofrece el ejemplo siguiente: supongamos que yo tengo una impresión de frío, acompañada de dolor. Una «copia» de esta impresión permanece en la mente una vez que la impresión ha cesado. Esta copia es llamada «idea» y puede producir nuevas impresiones (de aversión, por ejemplo), que constituyen impresiones de la reflexión.

Si bien en este ejemplo la impresión de la reflexión (aversión) se deriva de ideas anteriores (frío, dolor), se mantiene el principio de que las impresiones son originarias y las ideas derivadas porque las ideas del ejemplo (frío, dolor) se derivaron de impresiones de la sensación que les dieron origen (impresión de frío, impresión de dolor). En último término, por lo tanto, las impresiones son anteriores a las ideas[20]. Las impresiones de la reflexión también son sentidas (la reflexión no es una facultad independiente de la sensación), sólo que no parecen provenir del exterior, sino que más bien son suscitadas por las ideas de nuestro entendimiento o por otras impresiones. Las dos clases de impresiones son percepciones sensibles.

4.c. Las percepciones: simples y complejas

Las percepciones pueden clasificarse de acuerdo a si son originales o derivadas y también pueden ordenarse de acuerdo a su complejidad. Según este último criterio pueden ser divididas en general (tanto las impresiones como las ideas) en simples y complejas. “Las percepciones simples –dice Hume- son tales que no admiten distinción ni separación”. Las complejas, al contrario, son las que admiten división en partes más simples. “Aunque un color, sabor, y olor particulares sean cualidades que están todas unidas en esta manzana, por ejemplo, es fácil darse cuenta de que no son lo mismo, sino de que, por lo menos son distinguibles unas de otras”[21]. En la percepción compleja (esta manzana) se pueden distinguir y separar percepciones simples (este color rojo, este sabor dulce, este olor, etc.). Dice Hume: “La percepción de un manchón rojo es una impresión simple, y el pensamiento (o imagen) de él es una idea simple”. La idea simple «procede» y se «corresponde» con la impresión simple. A partir de estas observaciones Hume establece el primer principio de la ciencia de la naturaleza humana y de la filosofía empirista: “todas nuestras ideas simples proceden mediata o inmedia­tamente, de sus correspondientes impresiones”[22]. Esta regla simple no admite excepciones.

Al analizar la correspondencia entre las ideas complejas y las impresiones complejas, en cambio, no es posible determinar una regla que carezca de excepciones. “Si subo a Montmartre –dice Hume- y veo desde allí la ciudad de París, recibo una impresión compleja de la ciudad, de los tejados, chimeneas, torres y calles. Y cuando pienso después en París y recuerdo esta impresión compleja, tengo una idea compleja. En este caso la idea compleja corresponde en cierta medida a la impresión compleja, aunque no sea de un modo exacto y adecuado. Pero consideremos otro caso. Puedo imaginar una ciudad como la Nueva Jerusalem, cuyo pavimento es de oro y cuyas paredes son de rubí, aunque no haya visto nunca nada semejante. En este caso mi idea compleja no corresponde a una impresión compleja. Por consiguiente, no podemos decir en rigor que a cada idea corresponda una impresión. Pero hay que notar que la idea compleja de Nueva Jerusalem puede descomponerse en ideas simples. Y podemos entonces preguntarnos si a cada idea simple corresponde una impresión simple y a cada impresión simple una idea simple”[23]. La respuesta a esta pregunta ya se desarrolló en el párrafo anterior.

4.d. Las impresiones son el origen y el fundamento del conocimiento

¿De dónde provienen las impresiones de la sensación? Ya se estableció: de la sensibilidad, de los sentidos que son afectados por algo externo, aunque no podamos tener certeza de las cosas que impresionan nuestros sentidos sino sólo de las impresiones. En los objetos exteriores a la sensación misma, en las cosas en sí mismas, sólo podemos creer. Nuestra creencia es así el fundamento último de nuestra relación con la realidad del mundo exterior. El principio en que se sostiene toda relación con la realidad es para Hume no-intelectual: es una creencia, una convicción. “Dado que nada hay presente a la mente sino las percepciones –escribe Hume-, y que todas las ideas se derivan de algo que con anterioridad se hallaba ya en nuestra mente, se sigue que nos es imposible concebir o formar una idea de algo que sea específicamente distinto a las ideas e impresiones. Dirijamos nuestra atención fuera de nosotros cuanto nos sea posible; llevemos nuestra imaginación a los cielos, o a los más extremos límites del universo: nunca daremos realmen­te un paso fuera de nosotros mismos, ni podremos concebir otra clase de exis­tencia que la de las percepciones manifiestas dentro de esos estrechos límites. Este es el universo de la imaginación, y no tenemos más ideas que las allí presentes”[24].

Impresiones e ideas son los elementos del conocimiento. Las impresiones son una forma de relación inmediata entre el sujeto que conoce y el objeto conoci­do, mientras que las ideas son formas mediatas de relación gnoseológica. Cuando estas relaciones se expresan mediante el lenguaje -elementos lingüísticos- hablamos de «definición» de una idea y de «mostración» o «indicación» de una impresión. No debemos confundir estos ámbitos: la definición no es lo mismo que la idea, ni la mostración es lo mismo que la impresión.

5. El primer principio del empirismo: las ideas se derivan de las impresiones

Hume sostiene que las ideas son copias de las impre­siones y que estas últimas son lo originario y aquello a que se reducen las ideas. Hay una correspon­dencia entre las ideas y las impresiones que les dan origen y en ella se basa la validez o corrección de las ideas. Si bien pareciera que el pensamiento no tiene límites, que no está atado al poder o a la autoridad humanos, ni a los límites de la naturaleza y de la realidad; “que nada está más allá de su poder, salvo lo que implica contradicción absoluta; en realidad está sometido a límites muy estrechos, y que todo este poder creativo de la mente no viene a ser más que la facultad de mezclar, trasponer, aumentar, o disminuir los materiales suministrados por los sentidos y la experiencia”[25]. Por ejem­plo, la idea de «centauro» proviene de la unión de la idea de hombre con la de caballo. Son dos ideas compatibles que nuestra imaginación une. “En resumen –dice Hume-, todos los materiales del pensamiento se derivan de nuestra percepción interna o externa. (...) La mezcla y composición de ésta corresponde sólo a nuestra mente y voluntad. O para expresarme en un lenguaje filosófico, todas nuestras ideas, o percepciones más endebles, son copias de nuestras impresiones, o percepciones más inten­sas[26].

Hume desarrolla dos argumentos para probar o demostrar esta tesis: 1°) “Cuando analizamos nuestros pensamientos o ideas, por muy compuestas o sublimes que sean, encontramos siempre que se resuelven en ideas tan simples como las copiadas de un sentimiento o estado de ánimo precedente. Incluso aquellas ideas que, a primera vista, parecen más alejadas de este origen, resultan tras un estudio más detenido, derivarse de él. La idea de Dios, en tanto que significa un ser infinitamente inteligente, sabio y bueno, surge al reflexionar sobre las operaciones de nuestra propia mente y al aumentar indefinidamente aquellas cualidades de la bondad y sabiduría”[27]. La tesis de que toda idea es copia de una impresión similar (tesis fundamental del empirismo, que ya Locke había señalado), arremete contra el innatismo de las ideas, postulado por el racionalismo cartesiano. De paso, el ejemplo de la idea de Dios, refuta la demostración cartesiana de la existencia de Dios, (refutación que se completará más adelante, con las críticas de la idea de substancia y causalidad), demoliendo así los cimientos del sistema racionalista, ya que la prueba de la existencia de Dios le permitía a Descartes refutar la hipótesis del genio maligno y trascen­der de ese modo el encierro del pensar dentro de los límites de la conciencia (solipsismo).

2°) “Si se da el caso de que el hombre, a causa de algún defecto de sus órga­nos, no es capaz de alguna clase de sensación, encontramos siempre que es igualmente incapaz de las ideas correspondientes”[28]. Por ejemplo: un ciego de nacimiento no puede formarse idea alguna de los colores o un sordo de los sonidos. Un niño que no haya comido nísperos no tiene idea alguna de su gusto. Una persona que no haya sentido un amor apasionado, no puede comprender Romeo y Julieta de Shakespeare. Nuestro lenguaje cotidiano suele confirmar esta demostración cuando decimos, por ejemplo, «no podés hacerte una idea de lo que es esto».

Concluye Hume: “Todas las ideas, especialmente las abstractas, son natural­mente débiles y oscuras”, en contraposición a la proclamada “claridad y distin­ción” de las ideas innatas cartesianas. “En cambio, todas las impresio­nes, es decir, toda sensa­ción -bien externa, bien interna- es fuerte y vi­vaz. (...) Por tanto, si alber­gamos la sospecha de que un término filosófico se emplea sin significa­do o idea alguna no tenemos más que preguntarnos de qué impresión se deriva la supuesta idea, y si es imposible asignarle una, esto servirá para confirmar la sospecha”[29]. Esta distinción resulta útil en dos sentidos: l°) como base para la crítica de las ideas de substancia y causalidad, 2°) para disolver la metafísica que edifica quimeras sobre bases inconsistentes.

Dicho en términos cartesianos: no hay ideas innatas sino sólo adventi­cias o facticias; ya que todas las ideas son derivadas, mientras que las impresiones inmediatas son originarias. Las impresiones son anteriores a las ideas pues, aun cuando las impresiones de la reflexión puedan ser causadas generalmente por ideas, éstas se derivan de una impresión sensible que les dio origen.

5.a.. Las ideas de la memoria y de la imaginación

Los sentidos son la fuente de las impresiones de la sensación y de la reflexión, mientras que la memoria y la imaginación son las facultades de las ideas. Las ideas de la memoria retienen “un grado notable de su vivacidad primera [o sea, de la impresión que «re-presentan»] y entonces, es de algún modo intermedia entre una impresión y una idea”, mientras que las ideas de la imaginación pierden “por completo esa vivacidad” y son enteramente ideas.

La facultad de la memoria “está de algún modo determinada a guardar el mismo orden y forma de las impresiones originales, sin capacidad alguna de variación” a diferencia de la imaginación, que tiene una amplia libertad de combinación. “La función primordial de la memoria –dice Hume- no es preservar las ideas simples, sino su orden y posición”, mientras que la imaginación es libre “para trastrocar y alterar el orden de sus ideas, [...] juntarlas, mezclarlas y variarlas en todas las formas posibles”.

5.b. La conexión o asociación de ideas en la imaginación[30]

En la imaginación se combinan ideas simples formando ideas complejas, se descomponen ideas complejas en sus elementos más simples y se reagrupan los elementos simples y complejos formando otras ideas nuevas. Pero es evidente que la conexión entre las distintas ideas de la mente no puede realizarse “totalmente a la ventura”, al azar, sin “un cierto grado de orden y regularidad”; hay algún «principio unitario»[31], “algu­na cualidad asociativa por la que una idea lleva naturalmente a otra”[32] aun cuando no sea una conexión necesaria ni inseparable, sino más bien una “fuerza suave”, que normalmente prevalece y es causa de que haya «algo» que conecta todos los momentos de una conversación (por más libre y espontánea que sea) o de que las palabras que expresan las ideas más complejas se correspon­den en los distintos idiomas (que no tienen influjo o conexión entre sí)[33].

“Desde mi punto de vista –dice Hume- sólo parece haber tres principios de conexión entre las ideas -o «cualidades asociativas»-, a saber: 1) semejanza, 2) conti­güidad en el tiempo o en el espacio, y 3) causa-y-efecto”. Por ejem­plo: 1) Una fotografía conduce naturalmente nuestros pensamientos hacia el original (la persona en ella retratada). 2) “La mención de la habitación de un edificio, naturalmente, introduce una pregunta o comentario acerca de las demás”. 3) “Si pensamos en una herida, difícilmente nos abstendremos de pensar en el dolor subsiguiente”[34].

6. Crítica de la idea de substancia

A partir de las distinciones desarrolladas hasta aquí, Hume explica las causas de las contradicciones que se siguen de la idea de substancia: los filósofos reconocen -dice- que las ideas de los cuerpos no son sino colec­ciones de ideas y no obstante, por lo común se considera “el compuesto que forman como una cosa, que permanece igual a través de muy considerables altera­ciones”. Ahora bien, si es un compuesto no puede ser una cosa simple y si sufre alteraciones no puede ser siempre igual o idéntica. Se cae de este modo en contradicciones respecto de la idea de substancia, pues se afirma sobre ella que es compuesta y simple, que sufre alteraciones y que no cambia.

¿Cuál es la causa y de qué modo se llega a estas contradicciones? La causa del error es que las cualidades de algo “distintas y sucesivas” están relacionadas estrechamente, por lo que la mente es llevada de la una a la otra “por una transición fácil”. “Esta transición fácil es el efecto, o más bien, la esencia de la relación; y como la imaginación toma fácilmente una idea por otra cuando la influencia de éstas sobre la mente es similar, ésta es la razón de que esa sucesión de cualidades relacionadas sea considerada fácilmente como un objeto continuo que existe sin variación alguna”. Somos engañados por el curso suave del pensamiento que nos lleva gradualmente a través de cualidades distintas pero sucesivas a atribuir identidad a lo estrechamente relacionado. Pero cuando consideramos al objeto desde la perspectiva de un cambio considera­ble, que rompa el curso suave de la sucesión, se nos presenta la idea de diversidad. Entonces, “a fin de conciliar estas contradicciones, la imaginación es capaz de fingir algo desconocido e invisible, suponiendo que este algo continúa idéntico bajo todas esas variaciones, y llama a este algo inteligible substancia o materia prima y original[35]. Lo real es pues una sucesión de cualidades distintas, y la substancia no es más que un producto de la imagina­ción engañada por la transición fácil de una cualidad a la otra en una relación estrecha.

7. El segundo principio del empirismo: las relaciones de ideas y las cuestiones de hecho o existen­cia

Hume llama «relaciones de ideas» a todas las afirmaciones que son ciertas intuitiva o demostrativamente. Estas relaciones son el objeto de las ciencias de la Geometría, Álgebra y Aritmética. “Las operaciones de esta clase –dice Hume- pueden descubrirse por la mera operación del pensamiento, independientemente de lo que puede existir en cualquier parte del universo”[36]. En este tipo de afirmaciones (juicios o proposiciones) la verdad no depende de la existencia de los objetos, sino solamente del signifi­cado de los términos[37]. Todos los jui­cios analíticos[38] están sujetos al principio de no contradicción que rige las relacio­nes abstractas de nuestras ideas. De acuerdo con es­te prin­ci­pio, dos juicios contrarios respecto de un mismo objeto, en un mismo momento y en una misma relación, no pueden ser ambos verdaderos. Los juicios analíticos son entonces necesarios[39].

Pero el entendimiento se ejerce en otra clase de relaciones de objetos “de que sólo la experiencia nos proporciona información”[40], mediante juicios o proposiciones a posteriori[41], que no están sujetas a aquel principio y cuya verdad se determina por probabilidad. Hume llama «razonamiento moral»[42] a este tipo de juicios que se refiere a cuestiones de hecho o existencia[43]. Res­pec­to de estas cuestiones de hecho, hay que notar que la evidencia de su verdad es de natura­leza distinta: “Lo contrario de cualquier cuestión de hecho –advierte Hume- es, en cualquier caso [lógicamente] posible, porque jamás puede implicar una contradicción, y es concebido por la mente con la misma facilidad y distinción que si fuera total­mente ajustado a la realidad. «Que el sol no saldrá mañana» no es una proposi­ción menos inteligible, ni implica mayor contradicción [en sí misma], que la afirmación «saldrá mañana». En vano, pues, intentaríamos demostrar su falsedad. Si fuera demostrativamente falsa, implicaría contradicción y jamás podría ser concebida distintamente en la mente”[44]. En las cuestiones de hecho o existencia no se puede alcanzar una certeza apodíctica[45] sino sólo una verdad probable, ya que este tipo de afirmaciones es contingente[46]. Sin embargo, no es poca cosa, ya que la inmensa mayoría de nuestros conocimientos son de esta índole. De acuerdo con Hume hay dos tipos de juicios (afirmaciones o proposiciones) que pueden ser clasificadas de acuerdo al siguiente cuadro:

Juicios analíticos (en los que el predicado está contenido en el concepto del sujeto; no agregan conocimiento sino que aclaran lo que ya sabíamos) = a priori (independientes de la experiencia, universales y necesarios).

Juicios sintéticos (en los que el predicado no está contenido en el concepto del sujeto; agregan conocimiento) = a posteriori (derivan de la experiencia, particulares y contingentes).

En lo relativo a las cuestiones de hecho o existencia no es posible proceder deductivamente sino sólo de acuerdo al principio de inducción. Este principio no puede fundamentarse deductivamente a partir de los principios lógicos, ya que no es puramente racional y no hay ninguna contradicción lógica en negarlo. El problema de Hume no es saber sobre qué se funda el principio de inducción (ya que no puede ser fundado ni en la razón ni en la experiencia) sino sobre qué se funda nuestra creencia en el principio de inducción[47].

La creencia en el principio de inducción no puede fundamentarse ni en la evidencia intuitiva (porque no es un principio necesario) ni en la experiencia que supone el principio (ya que la experiencia misma no sería posible si no se aceptase la creencia en la derivación inductiva)[48]. Para Hume, el principio de inducción sólo puede fundamentarse en el hábito que se adquiere al repetir experiencias semejantes.

“Todos nuestros razonamientos acerca de «cuestiones de hecho» -dice Hume- parecen fundarse en la relación de causa y efecto”[49], ya que no es posible infe­rir a priori un hecho de otro. Si todo el ámbito de nuestra conducta ordinaria (como todo el conocimiento de las ciencias empíri­cas) se funda en la relación de causa y efecto, habrá que considerar el papel que le corresponde a la inferencia causal en el conocimiento, “el origen de donde se deriva” la causalidad y sobre qué se funda nuestra creencia en esta relación.

Antes de considerar detenidamente este problema, hay que subrayar que la distinción descubierta por Hume, entre las relaciones de ideas y las cues­tiones de hecho, es el segundo principio fundamental del empirismo y un problema central de la reflexión filosófica moderna.

8. Crítica de la idea de causalidad

¿De qué impresiones deriva la idea de causa? No es una cualidad de las cosas, ya que si presentamos a alguien un objeto enteramente nuevo para su experiencia no será capaz (aun cuando disponga de un alto nivel de inteligen­cia y de todo el tiempo que necesite para analizarlo) de deducir sus causas o sus efectos. Si la causalidad no es una relación de ideas, discernible mediante el análisis[50], “deberá derivarse de alguna relación de objetos”. Ca­rac­te­ri­cemos la relación entre la causa y el efecto: l°) Ambos hechos son conti­guos mediata o inmediatamente, aunque no se considera a la contigüidad espacial como esen­cial a la relación de causa, ya que hay hechos no-espaciales, que no ocupan lugar alguno, como las reflexiones de la mente o las pasiones. 2°) La causa debe ser anterior al efecto en el tiempo. 3°) Hay una conexión necesaria entre la causa y el efecto. Un hecho puede ser contiguo y anterior a otro, sin ser su causa, pero es esencial que haya “cone­xión necesa­ria” para que exista causalidad. ¿De qué impresiones deriva la «conexión necesaria»?

Es necesario plantear dos cuestiones previas: a) “¿Por qué razón afirma­mos que es necesario que toda cosa cuya existencia tiene un comienzo deba tener también una causa?” b) “¿Por qué concluimos que tales causas particulares deban tener necesariamente tales efectos particulares? ¿Cuál es la naturaleza de la inferencia que hacemos de unos a otras, y de la creencia por la que confiamos en esa inferencia?”[51].

a) Aquella máxima de la filosofía que sostiene que “todo lo que empieza a existir debe tener una causa de su existencia” es una afirmación dogmática, pues no es intuitivamente cierta, ni lo es demostrativamente. Todas las preten­didas demostraciones cometen una petición de principio, pues sus argu­men­taciones recurren a la ley causal o a sus corolarios. b) Si no hay certeza racional, nuestra creencia en el principio de causalidad debe provenir de la experiencia y la observación. “Sólo por experiencia podemos inferir la existen­cia de un objeto de la de otro”. “La naturaleza de la experiencia con­sis­te en esto: recordamos haber tenido ejemplos frecuentes de la existencia de una especie de objetos; recordamos también que los individuos pertenecientes a otra especie de objetos han acompañado siempre a los primeros, y que han existido según un orden regular de contigüidad y sucesión con ellos. De este modo recordamos haber visto una especie de objetos al que denominamos llama, y haber sentido esa especie de sensación a la que denomina­mos calor. Y de la misma manera recordamos mentalmente su conjunción constante en todos los casos pasados. Sin más preámbulos, llamamos a los unos causa y a los otros efecto, e inferimos la existencia de unos de la de los otros”[52]. Y en la Investiga­ción dice: “Cuando determinada clase de acontecimientos ha estado siempre, en todos los casos, unida a otra, no tenemos ya escrúpulos en predecir el uno con la aparición del otro y en utilizar el único razonamiento que puede darnos seguridad sobre una cuestión de hecho o existencia”[53]. La idea de conexión necesaria parece surgir pues de la experiencia de conjunción constante. Es sobre esta base que opera todo conocimiento científico, en tanto pretenda predecir los fenómenos.

Hume hace explícito de este modo, un supuesto de toda la ciencia moderna: el acontecer natural está sujeto a la regularidad, a la uniformidad. Pero, esta convicción no es científicamente demostrable, sino sólo un proyecto hipotético. Como la experiencia misma se basa en la regularidad, en la uniformidad, no es posible basar el principio en la expe­riencia. Pero tampoco se trata de negar el principio. La conjunción constante, la regularidad, “la suposición de que el futuro es semejante al pasado no está basada en argumentos de ningún tipo, sino que se deriva totalmente del hábito, por el cual nos vemos obligados a esperar para el futuro la misma serie de objetos a que estamos acostumbrados”[54].

De este modo llegamos, insospechadamente, a que el origen de nuestros argumentos causales se encuentra en el hábito o costumbre. Hume lo dice claramente: “No es por tanto la razón la que es la guía de la vida, sino la costumbre. Sólo ésta inclina a la mente a suponer en todos los casos que el futuro ha de conformarse con el pasado. Por fácil que este paso pueda parecer, la razón no sería capaz de darlo nunca jamás”[55].

¿Qué es lo que confiere validez a la ciencia? ¿Cómo estar seguros de la verdad del conocimiento? Respecto de lo inmediato sólo podemos estar seguros de nuestras impresiones sensibles; respecto de lo mediato, la validación última la confiere la costumbre, cuyo referente es la utilidad. Estos resultados transforman substancialmente la concepción de la ciencia, ya que demuestran que lo que se creía una base firme y segura para el conocimiento (evidencia cartesiana basada en las ideas innatas de la razón) no es más que el producto endeble de nuestra imaginación, la cual deriva todos los conocimientos de la experiencia y los fundamenta en el hábito, en la costumbre y en la creencia. Que no sea posible una ciencia cuyas verdades sean evidentes, claras y distintas, universales y necesarias, no implica que no sea posible ciencia alguna. El hombre es capaz de conocer científicamente los hechos, pero de una manera acorde a su limitado entendimiento. No es posible al hombre conocer los principios últimos, pero sí le es posible un conocimiento científico que alcance a las leyes generales derivadas de la experiencia por inducción. Estas leyes no serán universales y necesarias sino particulares y contingentes, pero –para Hume- no por ello dejarán de ser científicas.



[1] Las proposiciones universales son las válidas para todos los casos particulares, sin excepción. Las proposiciones necesarias son las que no pueden ser de otra manera que como son, pues lo contrario es imposible.

[2] Hume, D.: Tratado de la naturaleza humana, dos tomos, Madrid, Editora Nacional, 1977, p. 426. Subrayados nuestros.

[3] Hume, D.: 1977, p. 79.

[4] Cfr. Hume, D.: 1977, p. 64, nota 33.

[5] Cf. F. Duque, “Estudio Preliminar” a Hume, D.: 1977, pp. 29-30.

[6] “Si esta no es una buena razón general en favor del escepticismo, al menos para mí representa una suficiente razón (por si no tuviera ya bastantes) para aventurar todas mis conclusiones con desconfianza y modestia” (Hume, D.: 1977, pp. 884-5). “Estoy convencido de que cuando los hombres están más seguros y son arrogantes es cuando más se equivocan y cuando han dado rienda suelta a la pasión, sin la adecuada deliberación y suspensión de juicio que son las únicas que pueden asegurarlos contra los más grandes absurdos” (Hume, D.: Investigación sobre el conocimiento humano, Madrid, Alianza Editorial, 1980, p. 145).

[7] Duque, F.: Op. cit. p. 37.

[8] La conclusión de este pluralismo es que, según Passmore, “ser humeano es, precisamente, no tomar ningún sistema como decisivo, no tener nada por definitivo, salvo el espíritu de investigación”. Cf. F.Duque, Op. cit. p. 26.

[9] Hume, D.: 1977, p. 453. Establece el paralelo como sigue: “Durante largo tiempo los astrónomos se habían contentado con demostrar, a partir de fenóme­nos, los movimientos, el orden y la magnitud verdaderos de los cuerpos celes­tes, hasta que surgió por fin un filósofo que, con los más felices razona­mientos, parece haber determinado también las leyes y fuerzas por las que son gobernadas y dirigidas las revoluciones de los planetas. Y no hay motivo alguno para perder la esperanza de un éxito semejante en nuestras investigaciones acerca de los poderes mentales y su estructura, si se desarrollan con capacidad y prudencia semejantes”.

[10] Hume, D.: 1977, Introducción, pp. 81 y 83. Subrayado y paréntesis nues­tros.

[11] Reafirma entonces el principio newtoniano de “parsimonia”: «No se deben admitir otras causas que las necesarias para explicar los fenómenos. La natura­leza no hace nada en vano y sería hacer cosas inútiles operar mediante un gran número de causas lo que se puede hacer por uno más pequeño». I. Newton, Princ. Math. III, Req. Philos. I; citado por Blanché, R.: El método experimental y la filosofía de la física, México, F.C.E., primera reimpresión, 1975, pp. 15-8.

[12] Hume, D.: 1977, pp. 84-5. Subrayado nuestro.

[13] Hume, D.: 1977, p. 617.

[14] “A priori” tiene el significado de “lo independiente de la experien­cia”. No hay que confundir con anterioridad temporal.

[15] Hume, D.: 1977, p. 617.

[16] Hume, D.: 1977, p. 417.

[17] Hume, D.: 1977, p. 32.

[18] Hume, D.: 1977, p. 95. “Desconocidas” porque son afecciones de algo que es exterior a la conciencia y que impresiona nuestros sentidos.

[19] Hume, D.: 1977, p. 443.

[20] Cf. Hume, D.: 1977, p. 95.

[21] Hume, D.: 1977, p. 88.

[22] Hume, D.: 1977, p. 94. Cursivas nuestras.

[23] Copleston, F.: Historia de la filosofía, Barcelona, Editorial Ariel, 1973, tomo 5: De Hobbes a Hume, pp. 250-1.

[24] Hume, D.: 1977, p. 169.

[25] Hume, D.: 1977, p. 207. Cursivas nuestras.

[26] Hume, D.: 1980, p. 34. Cursivas neustras.

[27] Hume, D.: 1980, pp. 34-5.

[28] Hume, D.: 1980, p. 35. Subrayado nuestro.

[29] Hume, D.: 1980, p. 37.

[30] Cf. Deleuze, G.: Empirismo y subjetividad, Barcelona, Editorial Gedisa, 1981.

[31] Copleston, F.: 1973, p. 254.

[32] “Tengo que distinguir en la imaginación entre principios permanentes, irresistibles y universales, como es la transición debida a costumbre, que va de causas a efectos y de efectos a causas, y principios variables, débiles e irregulares.... Los primeros constituyen la base de todos nuestros pensamientos y acciones, de modo que, si desaparecen, la naturaleza humana perecería y se destruiría inmediatamente. Los últimos no son necesarios ni indispensables para la humanidad, ni tampoco útiles para conducir nuestra vida” (Hume, D.: 1977, p. 366).

[33] Hume, D.: 1980, pp. 39-40.

[34] Hume, D.: 1980, p. 40.

[35] Hume, D.: 1977, pp. 359-61.

[36] Hume, D.: 1980, pp. 47-8. Cursivas nuestras.

[37] Este tipo de afirmaciones se llaman juicios a priori; es decir, “indepen­dientes de la experiencia”.

[38] Es decir, aquellos cuyo contenido se determina por un análisis del significado de los términos y no por referencia a la existencia de los objetos.

[39] Lo contrario de un juicio analítico es imposible. Que algo es necesario significa que no puede ser de otra manera que como es.

[40] Hume, D.: 1977, p. 615.

[41] Es decir, derivadas de la experiencia.

[42] «Moral» significa aquí todo lo que tiene que ver con lo humano, con la cultura y la sociedad, con las ciencias del espíritu.

[43] Cf. Hume, D.: 1980, p. 57.

[44] Hume, D.: 1980, p. 48. Subrayado nuestro.

[45] Es decir, no se trata de una proposición lógicamente necesaria y cuya contradictoria es imposible de concebir.

[46] Lo contingente es lo contrario de lo necesario. Lo contingente es lo que puede ser de otra manara que como es.

[47] Cf. Blanché, R.: 1975, pp. 482-85 y 492-93.

[48] Si se sostuviera que el principio de inducción se fundamenta en la experiencia se cometería petición de principio (es decir, presuponen la validez de lo que se pretende demostrar), ya que la experiencia se basa en la aceptación del principio de inducción.

[49] Hume, D.: 1980 p. 49 y 1977, p. 177.

“Todos nuestros razonamientos acerca de cuestiones de hecho parecen fundar­se en la relación de causa y efecto. Tan sólo por medio de esta relación podemos ir más allá de la evidencia de nuestra memoria y sentidos. Si se le preguntara a alguien por qué cree en una cuestión de hecho cualquiera que no está presente -por ejemplo, que su amigo está en el campo o en Francia-, daría una razón, y ésta sería algún otro hecho, como una carta recibida de él, o el conocimiento de sus propósitos y promesas previos. Un hombre que encontrase un reloj o cualquier otra máquina en una isla desierta sacaría la conclusión de que en alguna ocasión hubo un hombre en aquella isla. Todos nuestros razona­mientos acerca de los hechos son de la misma naturaleza. Y en ellos se supone constan­temente que hay una conexión entre el hecho presente y el que se infiere de él.” (Hume, D.: 1980, p. 49).

[50] “Me permitiré afirmar, como proposición general que no admite excepción, que el conocimiento de esta relación en ningún caso se alcanza por razonamien­tos a priori, sino que surge enteramente de la experiencia, cuando encontramos que objetos particulares cualesquiera están constantemente unidos entre sí. Presén­tese un objeto a un hombre muy bien dotado de razón y luces naturales. Si este objeto le fuera enteramente nuevo, no sería capaz, ni por el más meticulo­so estudio de sus cualidades sensibles, de descubrir cualquiera de sus causas o efectos.” (Hume, D.: 1980, pp. 49-50. Cursivas nuestras).

[51] Hume, D.: 1977, tomo 1, p. 181. Subrayado nuestro.

[52] Hume, D.: 1977, tomo 1, p. 194.

[53] Hume, D.: 1980, p. 99.

[54] Hume, D.: 1977, p. 254.

[55] Hume, Abstract, 16; citado por Copleston, F.: 1973, p. 266.

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