Datos personales

miércoles, 21 de abril de 2010

CAPÍTULO 16: KANT LA CRITICA DE LA RAZON

Esta obra está protegida por derechos de autor ISBN 987-9248-58-9


LA CRÍTICA DE LA RAZÓN EN IMMANUEL KANT

1. Introducción. Vida y obra

Immanuel Kant nació en Königsberg (Prusia) en 1724 y murió en la misma ciudad (de la que nunca salió) en 1804. Profesó, como su madre, la religión pietista. Desarrolló un saber global de todas las disciplinas científicas (no solamente conocía y enseñaba metafísica, gnoseología, epistemología, lógica, moral, estética y demás disciplinas filosóficas, sino también teología, matemáticas, física, antropología, geografía, etc.). Kant es uno de los típicos representantes del Iluminismo alemán y su pensamiento enaltece como fundamentos supremos la razón y la libertad.

Este filósofo realizó su obra en la segunda mitad del siglo XVIII y él mismo caracteriza su época como la de la «mayoría de edad», la de la madurez de la humanidad, en la que se superó la adolescencia (signada por la autoridad y tutela paternas). La filosofía kantiana expresa la conciencia que la burguesía europea tiene de sí misma, del crecimiento de su poder y capacidad, y la decisión de salir de toda tutela exterior (de la nobleza, del clero, de las monarquías absolutas). La «acumulación originaria» le ha permitido acceder a la decisión política autónoma. Los siglos anteriores mostraron la necesidad de esta tutela: el «yo pienso» de Descartes requería de la prueba de la existencia de Dios para superar el solipsismo de la conciencia; de la misma manera, que la conquista de América requirió de la tutela de las monarquías católicas (justificándola en la «evangelización»). En este sentido, se ha establecido un paralelo entre el «yo pienso» y el «yo conquisto».

Las colonias americanas han posibilitado la consolidación de las burguesías europeas, que han acumulado poder y que ahora pueden afirmarse por sí mismas: han asumido «la mayoría de edad», en la que «la razón dicta leyes a la naturaleza», y «establece un tribunal que asegure sus legítimas aspiraciones», no admitiendo ninguna otra autoridad fuera de sí misma.

Es una razón que «regula» desde sí misma, y a la cual debe adecuarse toda realidad. Es la razón burguesa, que toma el poder político en Francia, convir­tiéndose en único juez, determinando desde sí la realidad social, política y económica. Esta razón quiere im-poner también a la historia sus principios: «libertad, igualdad, fraternidad». “La razón enfrenta a la historia en exterio­ridad e intenta someterla a sus leyes. La historia no es racional. Por el contrario: es necesario obligarla a ser racional”[1]. ¿Cómo se convierte la historia en racional? Construyéndola a partir de principios racionales, ade­cuando la historia a la razón, construyendo la sociedad nuevamente desde principios racionales (toda revolución se concibe a sí misma como un nuevo comienzo): éste es el intento de la Revolución Francesa.

La pretensión de construir la realidad y la historia a partir de la razón es la tarea de la revolución, pero el desarrollo de este poder requiere de un conocimiento de sus posibilidades, sus límites y los alcances de la razón. A este conocimiento de los fundamentos de la razón, Kant lo llama «Crítica de la Razón Pura».

Como en el caso de Hume, sólo nos ocuparemos de algunos aspectos del pensamiento kantiano relativos al problema del conocimiento, la epistemología y la relación de la teoría y la práctica. El eje de la discusión epistemológica se había centrado en el problema de cuál era el medio de conocimiento más adecuado. El racionalismo sostenía que el medio más adecuado de conocimiento es la razón, puesto que la realidad es en sí misma racional; mientras que el empirismo sostenía que el medio más adecuado es la experiencia, puesto que en ella se originan todos los contenidos de nuestros conocimientos. La oposición se establece entre los términos razón/experiencia o teoría/empiria. Kant desliza el eje de la discusión hacia la oposición teoría/práctica, donde «teoría» es sinónimo de contemplación pasiva y «práctica» de actividad transformadora[2].

2. Planteamiento del problema

El problema del que parte la filosofía kantiana se podría formular mediante dos preguntas. Ambas plantean un mismo problema: preguntan lo mismo. La primera pregunta es: «¿De qué modo sería posible una metafísica científi­ca?». No se pregun­ta por una existencia o una realidad, sino por una posibili­dad. Lo posible es lo que no es contradictorio en sí mismo.

La segunda pregunta de la que parte el pensamiento kantiano es «¿cómo son posibles los juicios sintéticos a priori?». Nótese que aquí no se pregunta si son posibles, sino cómo son posibles. Ello es así porque Kant da por sentado que tales juicios son posibles. ¿Por qué? Porque existen en los Principios matemáticos de la filosofía de la naturaleza de Newton. Los principios de la física newtoniana son a la vez empíricos y pretenden tener una validez universal y necesaria. Cuando se dice que “todos los cuerpos se atraen entre sí con una fuerza directamente propor­cional a su masa e inversamente proporcional al cuadrado de su distancia”, se está formulando un juicio universal; es decir a priori. La pregunta kantiana es, entonces, cómo son posibles tales juicios.

2.a. La metafísica

¿Qué significa aquí metafísica? El término fue inventado por Andrónico de Rodas, quien en el siglo I d. C. se tomó el trabajo de ordenar las obras de Aristóteles que pudo reunir, ubicando los escri­tos que se ocupaban de la physis («naturaleza») titulándolos «física», a conti­nuación de los cuales situó las obras que se ocupaban de aquello que Aristóte­les llamaba «filosofía primera». Los tituló «metafísica»; es decir, «lo que está después de la física». ¿Qué significa «filosofía primera»? Es la ciencia que se ocupa “de las prime­ras causas y principios“ de todo lo que es en tanto que es.

De allí, que el término «metafísica» reúna el doble significado de los tratados ubicados después de los libros sobre la fysis y el de los libros que tienen por objeto aquello que está más allá de lo sensible, fuera de toda experiencia posible. Con lo que la palabra hace coincidir la ordenación exte­rior de la obra de Aristóteles con la problemática interna.

Con la expansión del cristianismo, se extendió una nueva concepción «dualista» del ser, que se diferencia de la concepción «monista» de los griegos. Siguiendo la tradición semita, los autores cristia­nos distin­guen dos[3] modos de ser radicalmente distin­tos e irreductibles: el ser de Dios, único creador y salvador, y el ser de lo creado. Y entre los entes creados, distinguen uno que tiene la capacidad de comprender a los otros y que tiene la capacidad del libre albedrío (el hombre). La metafísica cristiana diferencia tres entes (Dios, el universo creado y el hombre), y dos modos de ser (Dios Creador y creaturas).

En la modernidad, se alteran las bases de la teología medieval, que partía de la revelación de Dios en la historia y en las Escrituras. La ciencia moderna busca un fundamento autónomo de la autoridad y de la tradición, y lo encuentra en la razón. De manera que en la época de Kant, la Metafísica se divide en una Metafísica General (Ontología), que se ocupa de las primeras causas y de los principios de todo lo que es, y una Metafísica Especial, que se ocupa de los tres entes diferenciados por la tradición cristiana. Se delimitan así tres saberes:

a) La Teología Racional, cuyo objeto es el ente supremo (Dios), y cuyos temas son la naturale­za y los atributos de Dios, las pruebas de su existencia y las posibili­dades que tiene el hombre de conocerlo;

b) La Cosmología Racional, que se ocupa de la totalidad de los entes crea­dos, y cuyos problemas son si el mundo es finito o infinito, si hay liber­tad o está determinado, si es creado o es eterno;

c) La Psicología Racional, cuyo objeto es el alma como principio de percepción y voluntad, y algunas de cuyas cuestiones son cuál es la naturaleza del alma y si es inmortal[4].

Los resultados de las discusiones entre las distintas escuelas filosófi­cas acerca de la posibilidad de una ciencia metafísica son desalentadores y parecen mostrar la incapacidad de la metafísica para constituirse en ciencia. Kant resume los síntomas que indican que la Metafísica aún no se ha constituido en ciencia:

1.- No hay un método riguroso, sino un “continuo retroceder y de nuevo empren­der otro camino”.

2.- No hay un cuerpo de conocimientos, sino que “después de mil disposi­ciones y preparativos se encuentra detenido en el momento de alcan­zar su fin”. Es decir, que los distintos filósofos no consideran como una doctrina coherente y aceptada lo que sus antecesores han pensado (tal como lo pueden hacer los geómetras a partir de Euclides o los físicos a partir de Bacon y Galileo), ni construyen a partir de las bases que la tradición ha sentado. Un ejemplo claro a este respecto es la tarea destructora de la duda cartesiana.

3.- No es posible “poner de acuerdo a los distintos colabora­dores [investigadores] sobre la manera de alcanzar el fin”, ya que cada sistema filosófico pretende autonomía respecto de los anteriores, cerrando las posibilidades de diálogo e interrela­ción incluso entre los pensadores contemporáneos.

Concluye: “Es preciso convencerse que tal estudio (el de la metafísica) está muy lejos de haber entrado en la segura senda de la ciencia”. No obstante, esta conclusión no pretende responder a la pregunta inicial por la posibilidad de una metafísica científica sino que se atiene a lo dado: la Metafísica no es una ciencia. Para que un saber sea científico, debe cumplir con los tres requisitos antes señalados: 1) debe poder alcanzar la verdad como resultado, 2) debe desarrollar un método, y 3) debe permitir un progreso en el saber.

2.b. La ciencia

¿Cuáles son los conocimientos realmente científicos? ¿Cómo han conseguido las ciencias que cumplen con estos requisitos llegar a convertirse en «científicas»? ¿Cómo han podido constituir un saber metódico, que sea capaz de conocer la verdad (que tiene los caracteres de la universalidad y la necesidad) y a la vez, que acreciente el conocimiento anterior (que no simplemente aclare lo que ya sabemos, sino que obtenga conocimientos nuevos)?

La lógica se ha convertido en ciencia ya en la época de Aristóteles, si bien es cierto, que en lo específico, no ha avanzado desde entonces. La lógica deriva la verdad de las conclusiones de los razonamientos a partir de la verdad de sus premisas. Es un conocimiento formal y deductivo, totalmente universal y necesario, pero que no suministra ningún saber acerca de las cosas, de los objetos. Su «objeto» es el pensamiento mismo.

La matemática, después de un largo período en que anduvo a tientas entre los egipcios, alcanzó el rango de ciencia con los griegos. La matemática construye sus objetos a partir de conceptos previos (postulados, axiomas). Como la lógica, no se ocupa de «objetos» reales, sino de figuras construidas; y como la lógica, sus desarrollos son universales y necesarios.

La física sólo llegó a constituirse como una ciencia estricta y rigurosa en la modernidad con Bacon y Galileo. La física, a diferencia de la lógica y la matemática se ocupa de objetos, pero los conoce a partir de una concepción previa del conjunto de la naturaleza[5], que es universal y necesaria.

De esta breve historia, podemos inferir que la Ciencia cartesiana, que se identifica con la Filosofía, podría también ser sinónimo de Metafísi­ca (tal como la hemos definido). Así es, Descartes caracteriza a la filosofía como “el estudio de la sabiduría y que por sabiduría no se entien­de sólo la prudencia en el obrar, sino un perfecto conocimiento de todas las cosas que el hombre puede saber tanto para la conducta de su vida como para la conservación de la salud y la invención de todas las artes; y que para que este conocimiento sea tal es necesario deducirlo de las primeras causas”[6].

La verdad, para el racionalismo, es apodíctica, universal y necesaria. Lo universal y necesario no puede fundamentarse en la experiencia, y por eso, se lo denomina a priori[7]. El medio o instrumento más adecuado en el conoci­mien­to es, pues, la razón, ya que es la única capaz de aprehender las esencias, es decir, a las cosas tal como son en sí mismas. El racionalismo sostiene que la ciencia puede prescin­dir de los datos sensibles para establecer un fundamento seguro para el conocimiento científico. Su procedimiento es, en consecuencia, demostrativo, «a la manera de la geometría». La relación de conocimiento [la relación entre el que conoce (sujeto) y lo conocido (objeto)] es posible sobre la base de una convicción común a todo el racionalismo: «el orden y la conexión de las ideas es el mismo que el orden y la conexión de las cosas»[8]. Hay un paralelismo entre la estructura de la razón y la estructura de la naturaleza, o de la realidad, y por ello, la razón puede aprehender la esencia de las cosas sin mediaciones (in-mediatamente, directamente), por una intuición intelectual, en la cual la esencia de la cosa se presenta de manera evidente, cierta, verdadera, fuera de toda duda. El modelo de este tipo de conocimiento verdadero es el «cogito» cartesiano.

A diferencia de las posturas racionalistas, la verdad, para el empirismo, es probable, particular y contingente. Como todo nuestro conocimiento se deriva de la experiencia, la verdad resultante no puede ser sino particular y contin­gente, y en tanto tiene estos caracteres la llamaremos a posteriori[9]. La fuente de conocimiento para el empirismo es la experiencia y la razón recibe sus datos y se deriva de los sentidos. El método es, en consecuencia, inductivo o asociativo: la información se ordena, unifica y generaliza a partir de las leyes de asociación en la imaginación. La crítica de Hume ha mostrado que las ideas innatas del cartesianismo son inadmi­sibles y que la razón es como una hoja en blanco, que no tiene ningún contenido inherente, sino que todos los datos le son suministrados por los sentidos.

3. Clasificación tradicional de los juicios

Un juicio es una afirmación donde se dice algo de algo. Es una relación entre conceptos mediante una cópula. Sólo los juicios son verdade­ros o falsos. Los conceptos, por el contrario, pueden tener una definición adecuada o no, pero no son nunca ni verdade­ros ni falsos. Tampoco los razonamientos son verdaderos o falsos sino bien o mal construidos, válidos o inválidos.

Tradicionalmente los juicios se habían dividido en analíticos y sintéti­cos. Un juicio analítico es aquel en el que el predicado no hace sino explici­tar lo que está contenido en el concepto del sujeto. Tomemos por ejemplo el siguiente juicio: «Dios es bueno». El predicado «ser bueno» está implícito en el concepto de Dios; puesto que por Dios entendemos un ser perfecto, y un ser perfecto es un ser omnipotente, omnipresente, omnisciente, eterno, ... y bueno. Otro ejemplo: «el triángulo tiene tres lados». El predicado «ser trilátero» está contenido en el concepto de triángulo, que se define como una figura que tiene tres ángulos ... y tres lados. Los juicios analíticos no agregan nada nuevo a lo que ya sabíamos sino que hacen explícito o aclaran lo que conocemos. «Analizar» consiste en separar algo complejo en sus elementos simples. Por eso, estos juicios se llaman «analíticos», en tanto que separan los elementos simples contenidos en los conceptos. ¿Cómo se sabe cuando un juicio analítico es verdadero? Cuando no implica contradicción, cuando está de acuerdo con los principios lógicos y se deduce de verdades evidentes. La demostración lógica se desarrolla por medio de proposiciones o juicios analíticos.

Un juicio sintético es aquel en el que el predicado no está contenido en el concepto del sujeto. Dado el juicio «la hoja es verde»; el predicado «ser verde» no está implícito en el concepto de hoja, puesto que las hojas pueden ser de muchos colores. Hume había mostrado que la mayoría de los juicios que conforman nuestro conocimiento son de este tipo. Son estos juicios los que nos permiten avanzar en la ciencia, aportando elementos nuevos que antes no conocíamos. «Síntesis» significa «poner conjuntamente»[10]. ¿Cómo se sabe cuando un juicio sintético es verdadero? Es necesario confrontar lo que dice con la expe­rien­cia. Si no fuese posible una experiencia acerca de lo que el juicio afirma, no se podría saber si es o no verdadero.

Según esta división tradicional, todos los juicios analíticos son a priori, pues su verdad es universal y necesaria, y los juicios sintéticos son todos a posteriori: puesto que son empíricos, su verdad se deriva de la experiencia. La pregunta kantiana indaga, en consecuencia, cómo son posibles los juicios empíricos cuya verdad no puede derivarse de la expe­riencia.

4. Análisis de las facultades en el conocimiento científico

Para responder las preguntas planteadas es necesario desarrollar un análisis del proceso de conocimiento. Sabemos que analizar significa separar algo complejo en sus elementos simples; la meta del análisis es, por lo tanto, separar lo que en la realidad está unido, lo que en el proceso de conocimiento se da junto y al mismo tiempo. ¿Qué condiciones son necesarias para que haya conocimiento en las cien­cias[11]?

4.a. Facultad sensible

Kant sigue los resultados obtenidos por los estu­dios de Hume y afirma que “todos nuestros conocimientos comienzan con la experiencia”[12]. Es una condición necesaria del conocimiento, una facultad, una capacidad de ser afectados, a la que llamamos sensibilidad[13]. Si careciésemos de la facultad sensible, no podríamos recibir ningún dato de las cosas.

Kant llama a la sensibilidad la facultad de las intuiciones. Se distingue así del racionalismo cartesiano, ya que las captaciones directas o inmediatas en el conocimiento pertenecen sólo a la sensibilidad[14]. No hay, por tanto, intuiciones intelectuales. No es posible captar directamente con nuestro entendimiento o inteligencia ningún dato. La sensibilidad es para Kant una facultad receptiva y es la fuente única de los contenidos de nuestro conoci­miento.

4.b. Alguna cosa que nos afecte

Podríamos suponer que el sujeto dispusiese de la capacidad de ser afectado, pero que no hubiese nada que lo afecte, o bien, que las cosas existentes no afectasen nuestra facultad sensible.

Imaginemos que el sujeto es como un receptor de radio AM. Dispone de los medios necesarios para recibir ondas de una determinada frecuencia. No podría, en esas condiciones recibir ninguna emisión en FM (frecuencia modulada); de modo que, si sólo se estuviesen emitiendo este tipo de ondas, y aunque nuestro receptor funcionase perfectamente, no recibiríamos nada. Pero pudiera ocurrir también, que no hubiese ninguna emisora transmitiendo en ese momento y lugar, de manera tal que no recibiésemos nada.

El ejemplo de la radio ilustra las condiciones a las que nos estamos refiriendo: (a) tener una capacidad de recibir determinadas frecuencias, que esté operando. Esta condición impone un límite a la recepción (conocimiento): sólo podemos recibir frecuencias que coincidan con nuestra capacidad de recep­ción (frecuencias más altas o más bajas no podrían ser recibidas por esa radio). Cosas existentes, que no pudieran ser captadas por las capacidades sensibles del sujeto, no podrían ser conocidas.

(b) Que haya alguna emisora AM que esté transmitiendo en ese momento y lugar. Que haya alguna cosa en condiciones de afectarnos, que nos afecte.

4.c. Facultad de entendimiento

La tercera condición necesaria para que haya conocimiento es la capacidad de enlazar, de unificar los datos que son recibi­dos por la sensibilidad. Kant dice que el entendimiento es la facultad de los conceptos[15]. Los conceptos son funciones de enlace o unidad. A diferencia de las ideas innatas, los conceptos no tienen ningún contenido propio. El material que los conceptos enlazan y unifican es provisto por la sensibilidad. Los únicos datos del conocimiento provienen de las intuiciones sensibles.

Retomemos el ejemplo de la radio: un receptor de radio se compone de ciertos elementos que permiten la recepción de las ondas y otros elementos que traducen o decodifican esas ondas transformándolas en lenguaje audible y significante. Tal es la función del entendimiento: transforma el material sensible que de por sí es «caótico» y «ciego», dándole una estructura inteli­gible.

¿Quiere decir esto, que las cosas no están ordenadas en sí mismas? No sabemos -de acuerdo con Kant- cuál sea el orden que las cosas tengan en sí mismas, sólo podemos conocer aquello que se ordena de acuerdo a nuestras capacidades o facultades. Esquematicemos lo ganado hasta aquí:

CONDICIONES DEL CONOCIMIENTO

----Ø «Algo» que nos afecte

Facultad de la Sensibilidad ----Ø Intuiciones

Facultad del Entendimiento ----Ø Conceptos

Las facultades (sensibilidad y entendimiento) son irreductibles entre sí (la función que cada una cumple es específica y no puede ser reemplazada por la otra), pero complementarias, puesto que si falta cualquiera de ellas no hay conocimiento. “Por la índole de nuestra naturaleza –dice Kant-, la intuición no puede ser más que sensible, de tal suerte, que sólo contiene la manera como somos afectados por los objetos. El entendimiento, al contrario, es la facultad de pensar el objeto de la intuición sensible. Ninguna de estas propiedades es preferible a la otra. Sin sensibilidad no nos serían dados los objetos, y sin entendimiento, ninguno sería pensado. Pensamientos sin contenido, son vacíos; intuiciones sin conceptos son ciegas. De aquí que sea tan importante y necesario sensibilizar los conceptos (es decir, darles un objeto en la intuición), como hacer inteligibles las intuiciones (someterlas a conceptos). Estas dos facultades o capacidades no pueden trocar sus funciones. El entendimiento no puede percibir y los sentidos no pueden pensar cosa alguna. Solamente cuando se unen, resulta el conocimiento. Lejos de confundir sus funciones importa separarlas y distinguirlas cuidadosamente”[16].

5. Determinación de los elementos puros

Tanto en la sensibilidad como en el entendimiento hay elementos empíricos como elementos puros (no empíricos). Los elementos empíricos se derivan de la experiencia. Los elementos puros son las formas con que las facultades ordenan los datos que proceden de la experiencia.

El entendimiento no es una facultad que tenga la capacidad de proveer material al conocimiento. Es, por lo tanto, una facultad mediata, indirecta. Las intuiciones empíricas son los contenidos de la sensibilidad, las sensacio­nes correspondientes a cada sentido. Las intuiciones son lo que Hume llamaba «impresiones sensibles». Son siempre sensibles, singulares, presentes. Las intuiciones puras son sólo dos: el espacio y el tiempo.

El espacio es la forma en que la sensibilidad ordena las intuiciones empíricas y se expresa en la sintaxis en términos como los siguientes: «al lado de», «abajo de», «arriba de», «detrás de», «delante de», etc.. La forma espacio se corres­ponde con lo que Hume llamaba «asociación por contigüidad» pero, mientras que para éste se trataba de una asociación de ideas en la imaginación, para Kant se trata de una forma de ordenar las intuiciones empíricas por la sensibilidad.

El tiempo es la otra forma en que la sensibilidad ordena sus intuiciones empíricas y se expresa sintácticamente en giros como: «después de», «antes de», «a continuación de», etc.. La forma tiempo se corres­ponde con lo que Hume llamaba «asociación por causa y efecto», con las mismas semejanzas y diferencias que en el caso anterior.

Las intuiciones puras son formas de la sensibilidad y por lo tanto, son subjetivas, pertenecen a la estructura de la facultad sensible del sujeto. ¿Significa esto que no hay una cosa a la que llamamos espacio y una cosa a la que llamamos tiempo? Exactamente. Espacio y tiempo no son cosas existentes, ni tampoco relaciones entre cosas. Son subjetivas en el sentido de que pertenecen a las formas de la sensibilidad con que el sujeto recibe las impresiones del medio. Pero no hay que entender «subjetivo» en el sentido de «individuales». Estas formas no varían de un individuo a otro sino que son propias de todos los sujetos que poseen estas capacidades, de todos los sujetos «racionales», o como Kant lo llama, del «sujeto trascendental». Esto quiere decir que todos los sujetos que tengan las mismas capacidades o facultades percibirán sus objetos de la misma manera, de acuerdo a las mismas formas, análogamente a como los distintos receptores de radio AM, reciben las mismas transmisiones en un mismo lugar y momento.

El entendimiento es la facultad de los conceptos. Los conceptos son funciones de enlace o unidad, que carecen de contenido propio y en esto se diferencian de las ideas innatas cartesianas. Kant dice que los conceptos sin intuiciones son vacíos, que son nada más que modos de ordena­miento o de enlace, pero que lo ordenado o enlazado no es provisto por el entendimiento.

Los conceptos empíricos son los que provienen de una generalización de los datos de la experiencia. Se corresponden con lo que Hume llamaba «ideas». Por ejemplo, los conceptos de «perro», de «animal», de «hombre», de «máquina», son empíricos. Los conceptos puros son llamados por Kant, siguien­do a Aristóteles, «categorías». «Categoría» quiere decir «predicación» o «atribución».

Si las categorías son funciones de enlace, se podrían encontrar todas las formas posibles de enlace, clasificando todas las formas posibles de predica­ción que hay en los juicios. A cada forma posible de juicio le corres­ponderá una categoría (un forma de enlace o unidad). Si nos tomamos el trabajo de clasificar todas las formas posibles de juicios, obtendremos un total de doce, al que corresponderán igual número de categorías. Por ejemplo, de acuerdo a la cantidad de los sujetos enlazados en el predicado sólo hay tres posibles clases de juicios: a) Aquellos donde el sujeto tiene un miembro único: los juicios singulares. Por ejemplo: «Sócrates es filósofo»; «este perro no muerde»; «mi sueldo es insuficiente». b) Aquellos en los que el sujeto abarca la totalidad posible de sujetos: los juicios universa­les. Por ejemplo: «Todos los cuerpos se atraen entre sí con una fuerza que es proporcional a su masa e inversamente proporcional al cuadrado de sus distancias»; «todos los hombres son mortales»; «todos los días sale el sol». c) Aquellos en los que el sujeto incluye sólo una parte de la tota­li­dad: los particulares. Por ejemplo: «algunos mates vienen lavados»; «algunos hombres son honrados»; «algunas mujeres no son crueles». Como sólo hay tres sujetos posibles respecto a la canti­dad en los juicios, habrá tres posibles funciones de enlace o catego­rías: singularidad, totalidad, y particularidad.

Nos interesa destacar aquí dos categorías (substancia y causalidad), puesto que las hemos desarrollado como elementos del racionalismo y del empi­rismo. Para Descartes, substancia y causalidad son ideas innatas; es decir, son ideas de la razón (universales y necesarias) cuyo contenido es enteramente racional, por lo que podemos prescindir de los sentidos para conocerlas. Para Hume, substancia y causalidad son ideas; es decir, percepciones más débiles y menos vivaces, que derivan de nuestra experiencia (particulares y contingen­tes), y que se sostienen en nuestra creencia por hábito o costumbre. Para Kant, substancia y causalidad son categorías o conceptos puros a priori; es decir, son formas del entendimiento, la manera con que el entendimiento ordena los datos que componen el material del conocimiento, y que son suministrados por la sensibi­lidad. Resumamos los resultados en el siguiente cuadro:

Intuiciones ----Ø empíricas ----Ø datos de los sentidos (materia)

----Ø puras ---------Ø espacio y tiempo (forma)

Conceptos ----Ø empíricos ----Ø generalización de la experiencia (materia)

----Ø puros ---------Ø categorías (forma)

6. El idealismo y la revolución copernicana

Ya estamos en condiciones de responder a la pregunta «¿Cómo son posibles los juicios sintéticos a priori?». Kant inicia la Introducción a la Crítica de la razón pura diciendo que “si es verdad que todos nuestros conocimientos comienzan con la experiencia, todos, sin embargo, no proceden de ella...”. Dado que todo el material del conocimiento proviene de la expe­riencia sensi­ble, es fácilmente comprensible que la mayor parte de nuestros conocimientos se desa­rrollen por medio de juicios sintéticos. Sin embargo, los elementos puros del conocimiento no proceden de la experiencia, sino de la estructura de las facultades del sujeto.

Lo único que podemos conocer es aquello que puede afectar nuestra sensi­bilidad. No podemos conocer, por lo tanto, lo que las cosas sean en sí mismas. Es decir, que aquello de las cosas que no se amolde a nuestras faculta­des permanece incognoscible y aquello que conocemos de las cosas es solamente lo que se amolda a nuestras facultades.

Kant muestra, que hasta ahora todas las concepciones de la ciencia habían supuesto que el sujeto se limitaba a reflejar en el lenguaje, mediante sus facultades, lo que las cosas son. El racionalismo, en tanto suponía que la estructura de la realidad es racional, consideraba que la tarea de la ciencia es encontrar una base firme e indudable, a partir de la cual se construye demostrativamente (“a la manera de la geome­tría”) el contenido completo de la razón. Este sistema de la razón no puede sino coincidir con la realidad, pues ésta es en sí misma racional. De este modo, la capacidad racional del sujeto refleja (si mediante el método es capaz de evitar el error y la contradicción) el orden racional de lo real. El empirismo, por su parte, al sostener que todas nuestras ideas se derivan de las impresiones sensibles, caracterizaba la función del sujeto en el conocimiento como un reflejo de la experiencia en la que se origina.

Ambas posturas, comparten el supuesto de “que todos nuestros conocimien­tos deben regularse por los objetos”, que es el objeto el que determi­na al sujeto en la relación de conoci­miento. El papel del sujeto es meramente pasivo: refleja la realidad. Se diferencian en que el racionalismo sostiene que el medio más adecuado para reflejar una realidad esencialmente racional es la razón, mientras que el empirismo sostiene que el medio más adecuado es la experiencia.

Kant, por su parte, advierte que la existencia de juicios sintéticos a priori sólo es posible si suponemos que no es el objeto el que determina al sujeto en la relación de conocimiento, sino al contrario, el sujeto el que determina al objeto. ¿Qué quiere decir que lo determina? Que las cosas sólo pueden ser objeto de conocimiento en tanto se amoldan a las formas que el sujeto tiene para conocer. Las cosas en sí mismas no son objetos ni pueden serlo. Sólo es objeto aquello que se con-forma con las facultades del sujeto.

Así como Copérnico se dio cuenta de que si suponía que un observador en la tierra estaba quieto o fijo, ciertos movimientos de los astros eran inexpli­ca­bles (puesto que deberían moverse en círculos alrededor del observador, pero se empecinaban en recorrer otros itinerarios) y que tales movimientos sólo se podían explicar si se suponía que el observador también se movía; así también Kant nos advierte, que para que los juicios sintéticos a priori sean posibles, es necesario suponer que el sujeto conforma a las cosas en objetos de conoci­miento, no siendo un mero reflejo, sino determinándolas a través de sus formas de conocimiento.

¿En qué consiste la revolución copernicana en el ámbito del conocimiento? Es la búsqueda de las condiciones de posibilidad del conocimiento en el sujeto, que proyecta sus propias exigencias sobre los objetos. El sujeto es activo, pues construye el ámbito de la objetividad, el horizonte a partir del cual los objetos se constituyan y puedan conformarse para ser conocidos. Este ámbito de objetividad es posibilitado por las propias estructuras del sujeto, que no se derivan de la experiencia, sino que son a priori. El conjunto de estas estruc­turas es el sistema de la razón pura.

Este resultado abre una revolución en la fundamentación de la ciencia, en cuanto establece cuáles son los límites del conocimiento: sólo podemos conocer los fenómenos[17]. Dicho negativamente: lo que las cosas sean en sí mismas es incognoscible; aquello que está más allá de nuestra experiencia posible es incognoscible; lo absoluto, lo incondicionado es incognoscible.

En consecuencia, la respuesta a la primer pregunta («¿Es posible la metafísica como ciencia?») es negativa en tanto se refiere a la Metafísica Especial. No podemos conocer a Dios, ni al alma, ni al mundo (como totalidad de cosas creadas), porque estas cosas no pueden afectar nuestros sentidos. Kant no está sosteniendo que no se pueda creer en Dios, sino que no puede haber una ciencia teológica, no puede haber un conocimiento teórico de Dios. Su interés no es combatir la fe, sino limitar las atribuciones de la razón, de manera que el campo propio de la fe no sea invadi­do por la razón.

7. Idealismo y realismo

Entendemos por realismo toda postura en teoría del conocimiento que considera que hay una realidad exterior a la mente o a las capacidades de conocimiento del sujeto y que la función de este último se limita a reflejar tal realidad. En otros términos: es toda concepción gnoseológica en la que la relación entre el sujeto y el objeto está determina­da por este último. Todas las concepciones filosóficas de la antigüe­dad grecorromana (in­cluidos Platón y Aristóteles) y del medioevo cristiano son realistas, puesto que dan por sentado que existe una realidad fuera de la mente. Aristóteles llama a esta realidad «substancia», mientras que Platón la llama «idea». También Descartes y Hume son realistas en este sentido, puesto que creen que la ciencia no hace sino refle­jar lo real exterior a la mente (en el caso del primero: la estructura misma de la realidad que es racional; en el caso del segundo: todo nuestro saber se deriva de los datos de la experiencia).

Entendemos por idealismo, toda postura en gnoseología que parte del supuesto contrario al caso anterior: no hay ninguna realidad que no esté constituida por el sujeto. Esto no quiere decir, que no exista nada fuera de nuestras representaciones. Todas las posturas idealistas son modernas. Diferenciemos algunas co­rrientes i­dealistas: (1) Berkeley sostenía que no había realidad alguna fuera de la mente, pero no de nuestra mente, sino de la mente de Dios. (2) Kant sostenía que lo real (el objeto) era el producto de una síntesis entre las formas puras del sujeto y el contenido dado en la experiencia.

El idealismo sostiene, entonces, que el sujeto determina al objeto en la relación de conocimiento; que sólo podemos conocer aquello que se amolda a nuestras formas subjetivas de conocer. Precisamente, esta postura se llama idealista, porque sostiene que es el pensamiento o idea lo que constituye a las cosas como objetos de conocimiento (no como cosas en sí mismas). El idealismo es la postura que sostiene que el sujeto es libre, autónomo y que, por lo tanto, no depende de la cosa sino que la determina en tanto la conoce.

¿Qué es lo que confiere validez a la ciencia desde la perspectiva kantiana? “Hay en el sujeto de la ciencia un contenido previo, pero no está puesto por Dios en el hombre (como lo propuso Descartes), ni es el resultado empírico de inducciones; ni son meros hábitos meramente útiles. En el sujeto no hay «verdades» a priori pero hay, en cambio, normas que regulan todo el conocimiento. En tanto reglas, no son ni verdaderas ni falsas. Sencillamente, son. Constituyen el sistema de normas que regulan la actividad sintetizadora del sujeto.”

“Se puede determinar la validez de un juicio sintético a priori, mostrando que se deduce de algunas de estas reglas supremas del Yo.”

“Ahora bien, ¿cómo se determina la validez de estas reglas? Para que unas reglas legitimen una acción o un conocimiento, es preciso -tal como lo ha establecido la Teoría Pura del Derecho- que ellas estén sostenidas por una norma suprema cuya validez (cuya aceptabilidad) sea incuestionada e incuestionable para ese sujeto racional”[18].

Las reglas del entendimiento se deducen de la noción de «yo pienso» (a la que Kant llama «apercepción» y que Hegel llamará «autoconciencia»). Toda síntesis es posible a partir de la síntesis originaria de la apercepción: la conciencia de sí mismo es la unificación de la diversidad de la conciencia, que es lo que permite que haya un «yo». No se trata de una substancia que unifique la diversidad de los accidentes sino de una actividad de apropiación de las diversas representaciones, por la cual las representaciones se convierten en mías. El conocimiento teórico de la ciencia se funda sobre la acción, sobre la práctica (sobre la moral, sobre la cultura) de un sujeto libre. Libertad no es sinónimo de arbitrariedad sino lo opuesto a lo «natural» (lo que está sujeto a las leyes de la naturaleza, lo determinado). El sujeto es libre no porque carezca de leyes sino porque se las da a sí mismo.

¿Por qué el sujeto necesita darse una ley? Porque de lo contrario no podría ejercer la libertad, ya que se destruiría en una lucha con los otros. Como ya había mostrado el inglés Thomas Hobbes, la consecuencia necesaria de presuponer la arbitrariedad de los individuos es la guerra de todos contra todos. Pero, a diferencia de Hobbes, Kant no cree que la única manera de poner límites (leyes) a la arbitrariedad sea la constitución de un poder exterior (Estado), sino que piensa que la libertad consiste en darse a sí mismo la propia ley. No se trata de una ley exterior sino interior, una ley que la Razón se da a sí misma autónomamente. No es una ley coercitiva, meramente negativa, limitativa, que impide, restringe o reprime, sino una ley positiva, integrativa. No prescribe ningún contenido particular, sino que es una ley formal universal. Tal es la ley moral.

8. La razón práctica o moral

Kant dice que la razón puede establecer “dos tipos de relación con su objeto: o bien para determinar simplemente este último y su concepto (que ha de venir dado por otro lado), o bien para convertirlo en realidad. La primera relación constituye el conocimiento teórico de la razón; la segunda, el conocimiento práctico[19]. Se ha mostrado cómo la razón (teórica) determina la relación de conocimiento. En la relación práctica ya no se trata de determinar un material que le es dado a la razón por medio de las intuiciones de la sensibilidad sino de producir o de crear algo real a partir del concepto. El dominio de la razón práctica es el ámbito de la acción y de la producción, las que no están determinadas por leyes naturales. Kant observa que las acciones de los hombres están reguladas por normas morales y se pregunta cómo es esto posible.

Si los hombres se comportasen como meros «objetos» naturales, estarían sometidos a las mismas leyes de la naturaleza, que determinan los movimientos de los cuerpos o las conductas de los animales. Sin embargo, hay normas morales, por lo que es necesario suponer, que las conductas de los hombres no están sometidas a dichas leyes; es decir, que son libres. No se trata de una verdad científica, que nos diga cómo son las cosas, puesto que no es posible tener experiencia del alma ni de su libertad; sino de una verdad de otro tipo, por la que sabemos cómo deben ser las acciones humanas. La estructura del entendimiento determina la objetividad de los objetos de conocimiento, establece las condiciones de la ciencia de la naturaleza. Puesto que no hay determinación de las acciones, la función de la razón consiste en inteligir las exigencias racionales para la acción del hombre: el «deber ser». En este sentido, el sujeto moral está por encima de la naturaleza, puesto que su acción no está determinada por la naturaleza o por el instinto sino sólo por el deber.

El deber es un imperativo in-condicionado, absoluto, categórico. No depende ni siquiera de los resultados, de la obra efectivamente realizada. La moralidad consiste en seguir el deber por el deber mismo. La moral kantiana se separa así del dogmatismo racionalista que pretendía determinar el contenido de las acciones (lo bueno en sí) y no solamente la forma (la universalidad).

La «razón práctica» es moral en tanto sólo acepta como guía de la conducta un imperativo categórico, absoluto: el deber por el deber. De esta manera, Kant distingue y separa los planos: (1) el ámbito teórico, único donde hay conocimiento científico de «objetos», cuya objetividad es determinada por las estructuras de la razón; y (2) el ámbito práctico, donde no hay ciencia (puesto que no es posible tener experiencia del alma o de sus propiedades), pero donde es posible un saber riguroso de otro orden: el del deber.

El ámbito de la ciencia es el de las leyes universales y necesarias, es el de la determinación; el ámbito de la moral es el de la ley moral cuya universalidad es formal (radica en el cómo de la acción y no en el qué), es el de la libertad. La ciencia conoce las determinaciones que rigen sobre los fenómenos. La moral regla las acciones libres de los sujetos. Mientras que la ley moral (deber) tiene un aspecto subjetivo (al que Kant llama «respeto») y un aspecto objetivo (al que Kant llama «obligación»), las leyes naturales no admiten esta escisión: no tiene sentido decir que si suelto la tiza, ésta está «obligada a caer»; sino solamente, que si suelto la tiza, necesariamente cae.



[1] Cf. Feinmann, J. P.: Filosofía y nación, Buenos Aires, Editorial Legasa, 1982, p. 94.

[2] El significado del término teoría es diverso en las dos oposiciones y no debe ser confundido. La teoría incluye, a partir de Kant, a la experiencia; como la práctica comenzará, a partir de aquí, a incluir progresivamente a la teoría.

[3] Por eso dualista.

[4] Todas tienen el agregado de «racional» para diferenciarlas de la scientia medieval que no parte de la razón sino de la revelación.

[5] “Cuando Galileo quiere conocer el movimiento de los cuerpos comienza por concebirlos de cierta manera, y después se dirige a las cosas para ver si confirman o destruyen lo que el entendimiento ha concebido de ellas. La física de Galileo es ciencia no por demostración [como la lógica] ni por construcción [como la matemática], sino por «hipótesis». [...] Pero ¿de qué hipótesis se trata? [...] La creación de Galileo (...) no es la hipótesis explicativa de un tipo de hechos, sino algo más hondo y radical: la hipótesis absolutamente general de que, como él mismo dice, el gran libro de la naturaleza está escrito en caracteres matemáticos. [...] Lo decisivo está en que lo que la mente concibe es la idea general de naturaleza, la hipótesis de que la naturaleza tiene estructura matemática. Más que hipótesis, en el sentido usual del vocablo, es un supuesto fundamental, algo que no lo da la experiencia, y que, sin embargo, la experiencia corrobora de un modo irrefragable a lo largo de todos y cada uno de los objetos que estudia” (Zubiri, X: Cinco lecciones de filosofía, Madrid, Alianza Editorial, 1970, pp. 73-4).

[6] Descartes, R.: Los principios de la filosofía (fragmento del Prefa­cio), en Descartes, R: 1967, p. 297.

[7] «A priori» significa “lo independiente de la experiencia”, en tanto no se puede fundamentar en la experien­cia. A priori no indica anterioridad temporal.

[8] Spinoza, B.: Ética, parte II, proposición VII, México-Buenos Aires, F.C.E., 1977, p. 55.

[9] «A posteriori» no significa posterior, sino dependiente o derivado de la experiencia, empírico.

[10] Etimológicamente: «Sin» significa «conjuntamente», «con»; «tesis» significa «posición».

[11] Sólo preguntamos por las condiciones del conocimiento científico, y no por cualquier otra forma de conocimiento como pudieran ser el mítico, el religioso, el cotidiano, la experiencia, la sensación u otros.

[12] Kant, I.: Crítica de la razón pura, tomo 1, Introducción, Buenos Aires, Editorial Losada, 9na. edición, 1979, p. 147.

[13] “Llamamos sensibilidad a la capacidad que tiene nuestro espíritu de recibir representaciones (receptividad) en tanto que es afectado de una manera cualquiera” (Kant, I.: 1979, tomo 1, p. 202).

[14] “Por la índole de nuestra naturaleza [finita, limitada], la intuición no puede ser más que sensible, de tal suerte, que sólo contiene la manera como somos afectados por los objetos” (Kant, I.: 1979, tomo 1, p. 202).

[15] “Se llamará entendimiento a la facultad que tenemos de producir nosotros mismos representaciones o la espontaneidad del conocimiento. [...] El entendimiento es la facultad de pensar el objeto de la intuición sensible” (Kant, I.: 1979, tomo 1, p. 202).

[16] Kant, I.: 1979, tomo 1, p. 202.

[17] Fenómenos significa etimológicamente: lo que aparece, lo que se mani­fiesta [a nuestros sentidos].

[18] Samaja, J.: Epistemología y Metodología, Buenos Aires, Editorial Universitaria de Buenos Aires, 1993, pp. 62-3. Subrayado nuestro.

[19] Kant, I.: Crítica de la razón pura, Prefacio a la segunda edición (1787), B IX-X.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Seguidores